Son tres los gestos de los
Magos que guían nuestro viaje al encuentro del Señor, que hoy se nos manifiesta
como luz y salvación para todos los pueblos.
Los Reyes Magos ven la estrella, caminan y ofrecen regalos.
Los Reyes Magos ven la estrella, caminan y ofrecen regalos.
Los Reyes Magos representan a los distintos Pueblos: Melchor a los europeos, Gaspar a los asiáticos y Baltasar a los africanos |
Ver la estrella. Es el
punto de partida. Pero podríamos preguntarnos, ¿por qué sólo vieron la estrella
los Magos? Tal vez porque eran pocas las personas que alzaron la vista al
cielo. Con frecuencia en la vida nos contentamos con mirar al suelo: nos basta
la salud, algo de dinero y un poco de diversión.
Y me pregunto: ¿Sabemos
todavía levantar la vista al cielo? ¿Sabemos soñar, desear a Dios, esperar su
novedad, o nos dejamos llevar por la vida como una rama seca al viento?
Los
Reyes Magos no se conformaron con ir tirando, con vivir al día. Entendieron
que, para vivir realmente, se necesita una meta alta y por eso hay que mirar
hacia arriba.
Y podríamos preguntarnos todavía, ¿por qué, de entre los que miraban al cielo,
muchos no siguieron esa estrella, «su estrella» (Mt 2, 2)? Quizás porque no era
una estrella llamativa, que brillaba más que otras.
El Evangelio dice que era
una estrella que los Magos vieron «salir» (vv. 2.9). La estrella de Jesús no
ciega, no aturde, sino que invita suavemente. Podemos preguntarnos qué estrella
seguimos en la vida.
Hay estrellas
deslumbrantes, que despiertan emociones fuertes, pero que no orientan en el
camino.
Esto es lo que sucede con el éxito, el dinero, la carrera, los honores,
los placeres buscados como finalidad en la vida. Son meteoritos: brillan un
momento, pero pronto se estrellan y su brillo se desvanece. Son estrellas
fugaces que, en vez de orientar, despistan.
En cambio, la estrella del
Señor no siempre es deslumbrante, pero está siempre presente: te lleva de la
mano en la vida, te acompaña. No promete recompensas materiales, pero garantiza
la paz y da, como a los Magos, una «inmensa alegría» (Mt 2,10). Nos pide, sin
embargo, que caminemos.
La epifanía es la revelación del Señor a todas las naciones, El Niño Dios es la LUZ, Jesús es la LUZ DEL MUNDO, Jesucristo es la LUZ que disipa las tinieblas, es la LUZ que nos ilumina y nos guía a recibir el don de la VERDAD |
Caminar, la segunda acción
de los Magos, es esencial para encontrar a Jesús. Su estrella, de hecho,
requiere la decisión del camino, el esfuerzo diario de la marcha; pide que nos
liberemos del peso inútil y de la fastuosidad gravosa, que son un estorbo, y que
aceptemos los imprevistos que no aparecen en el mapa de una vida tranquila.
Jesús se deja encontrar por quien lo busca, pero para buscarlo hay que moverse,
salir.
No esperar; arriesgar. No
quedarse quieto; avanzar. Jesús es exigente: a quien lo busca, le propone que
deje el sillón de las comodidades mundanas y el calor agradable de sus estufas.
Seguir a Jesús no es como un protocolo de cortesía que hay que respetar, sino
un éxodo que hay que vivir.
Dios, que liberó a su
pueblo a través de la travesía del éxodo y llamó a nuevos pueblos para que
siguieran su estrella, da la libertad y distribuye la alegría siempre y sólo en
el camino.
En otras palabras, para encontrar a Jesús debemos dejar el miedo a
involucrarnos, la satisfacción de sentirse ya al final, la pereza de no pedir
ya nada a la vida.
Tenemos que arriesgarnos,
para encontrarnos sencillamente con un Niño. Pero vale inmensamente la pena,
porque encontrando a ese Niño, descubriendo su ternura y su amor, nos
encontramos a nosotros mismos.
Ponerse en camino no es
fácil. El Evangelio nos lo enseña a través de diversos personajes. Está
Herodes, turbado por el temor de que el nacimiento de un rey amenace su poder.
Por eso organiza reuniones y envía a otros a que se informen; pero él no se
mueve, está encerrado en su palacio. Incluso «toda Jerusalén» (v.3) tiene
miedo: miedo a la novedad de Dios. Prefiere que todo permanezca como antes y
nadie tiene el valor de ir.
La tentación de los sacerdotes y de los escribas es más sutil. Ellos conocen el
lugar exacto y se lo indican a Herodes, citando también la antigua profecía. Lo
saben, pero no dan un paso hacia Belén. Puede ser la tentación de los que creen
desde hace mucho tiempo: se discute de la fe, como de algo que ya se sabe, pero
no se arriesga personalmente por el Señor. Se habla, pero no se reza; hay
queja, pero no se hace el bien.
Los Magos, sin embargo,
hablan poco y caminan mucho.
Aunque desconocen las verdades de la fe, están
ansiosos y en camino, como lo demuestran los verbos del Evangelio: «Venimos a
adorarlo» (v. 2), «se pusieron en camino; entrando, cayeron de rodillas;
volvieron» (cf. vv. 9.11.12): siempre en movimiento.
El oro es un regalo para un Rey
El incienso es el aroma que se ofrece a la divinidad La Mirra resalta la condición humana de Jesús
La Salvación es el Reinado de Dios en el Hombre
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Ofrecer. Cuando los Magos
llegan al lugar donde está Jesús, después del largo viaje, hacen como él: dan.
Jesús está allí para ofrecer la vida, ellos ofrecen sus valiosos bienes: oro,
incienso y mirra. El Evangelio se realiza cuando el camino de la vida llega al
don. Dar gratuitamente, por el Señor, sin esperar nada a cambio: esta es la
señal segura de que se ha encontrado a Jesús, que dice: «Gratis habéis
recibido, dad gratis» (Mt 10,8).
Hacer el bien sin
cálculos, incluso cuando nadie nos lo pide, incluso cuando no ganamos nada con
ello, incluso cuando no nos gusta. Dios quiere esto. Él, que se ha hecho
pequeño por nosotros, nos pide que ofrezcamos algo para sus hermanos más
pequeños. ¿Quiénes son?
Son precisamente aquellos que no tienen nada para dar a
cambio, como el necesitado, el que pasa hambre, el forastero, el que está en la
cárcel, el pobre (cf. Mt 25,31-46).
Ofrecer un don grato a Jesús es cuidar a un
enfermo, dedicarle tiempo a una persona difícil, ayudar a alguien que no nos
resulta interesante, ofrecer el perdón a quien nos ha ofendido. Son dones
gratuitos, no pueden faltar en la vida cristiana. De lo contrario, nos recuerda
Jesús, si amamos a los que nos aman, hacemos como los paganos (cf. Mt 5,46-47).
Miremos nuestras manos, a menudo vacías de amor, y tratemos de pensar hoy en un
don gratuito, sin nada a cambio, que podamos ofrecer. Será agradable al Señor.
Y pidámosle a él: «Señor, haz que descubra de nuevo la alegría de dar».
Texto completo homilía Papa Francisco