No
hay nada mejor que contar con amigos verdaderos.
Pero
no hay nada peor que una amistad poco sincera.
Los
malos amigos
nos roban la energía
y nos dejan exhaustos.
nos roban la energía
y nos dejan exhaustos.
Nadie es capaz de vivir sin amigos y,
menos aún, de aceptar que no los tiene. Es parte de nuestro instinto, de
nuestra necesidad de redes sociales. Hasta el ser más infeliz y desdichado se
vanagloria de tener amigos.
Los amigos íntimos, los verdaderos, los
que reflejan lo mejor de nosotros, los que enriquecen nuestro tiempo y
conservan nuestras confidencias, los que comparten nuestro silencio y
participan de nuestra intimidad, son una bendición.
Sin embargo, por contraste,
muchos otros “amigos”, en vez de satisfacción y crecimiento, son una fuente de
problemas, son enormes ladrones energéticos, vampiros emocionales que nos
exprimen hasta agotarnos, que nos matan los sueños y nos producen pesadillas.
Si los estudios de la Universidad de
Wisconsin demuestran que la buena amistad previene la artritis, el alzheimer y
el cáncer, y la revista Heart hace hincapié en que la amistad reduce el riesgo
de contraer enfermedades cardiovasculares, la mala amistad también tiene sus
consecuencias. Puede provocar crisis emocionales, depresión, pérdida de
identidad y de sentido vital, conflictos y traumas psicoafectivos.
Los amigos son los hermanos escogidos, y
mucho de nuestro vínculo familiar lo proyectamos en ellos. A veces les
descargamos una gran cantidad de expectativas psicoemocionales que corresponden
a vacíos o necesidades afectivas de infancia. Esto es, por ejemplo, buscar ser
aceptado sin reparo, o ser escuchado ininterrumpidamente, o sentirse dueño y
señor de lo que es del otro, etcétera.
El mejor ejemplo de esta mal entendida
amistad es la película The cable guy, en la que Jim Carrey interpreta a un
solitario agente de televisión por cable que hace todo lo posible por convertir
a un cliente (Mathew Broderick) en su mejor amigo. Pero no hace otra cosa que
tiranizar la relación. Asume posturas demandantes insólitas y acosa de tal
manera a su amigo, con pataletas y chantajes, que la amistad termina convertida
en un infierno.
La amistad poco se cuestiona. Cuando
alguien tiene el título de amigo, parece asumir el derecho al abuso (“para eso
son los amigos”). En nombre de la amistad se presta plata y no se devuelve, se
piden incómodos favores, se corren verdaderos riesgos; más aún, nos ponemos del
lado del amigo y no de la verdad o de la justicia, confundiendo lealtad con sumisión
y confianza con complicidad negativa.
Existe una gran tolerancia al amigo, una
enorme permisividad que difícilmente concedemos a los hijos o a la pareja.
El mal amigo nos manipula con los secretos
que le entregamos, y ejerce control y fuerza sobre nosotros con un extraño
derecho de pertenencia que extiende a nuestras decisiones. El más común es el
matasueños, un tipo envidioso que se siente profundamente amenazado cuando
estamos a punto de cumplir nuestros sueños. Suele utilizar frases como “es por tu
bien, mira que te conozco y sé lo que te conviene”. Anda en función de
chuparnos la energía y de llenarnos de culpas y miedos para que no podamos
volar. Se asegura de que siempre nos rindamos.
Otro caso habitual es aquel que se
convierte en pareja emocional. Este amigo busca a toda costa ocupar el lugar
psicológico de nuestra pareja. Está siempre listo para salir con un superplan
que bloquea toda posibilidad de control sobre nuestro espacio y nuestro tiempo,
todo con el fin de que no entre otra persona a nuestra vida.
Es un amigo que
vende seguridad, una tranquilidad de la que nadie salga lastimado. Es un celoso
empedernido con las personas que se acercan de verdad con ganas de quedarse, o
con la pareja actual. Nos ha convertido en su mundo, creando en nosotros una
mezcla de culpa y encarte, pues lo que esconde este manipulador es que está
profundamente solo.
Dime con quién andas...
Uno trata a los demás como se trata a sí
mismo, y uno se hace tratar como cree que se lo merece. De esta manera, también
proyectamos en nuestros amigos nuestra sombra, nuestros procesos irresueltos.
Esto quiere decir que si somos un poco descarados, no sólo vamos a tener un
amigo descarado, sino que además siempre vamos a excusar a ese amigo que nos
somete a miles de abusos.
El amigo traqueto representa nuestro mafioso interior
y el borracho también representa esa parte de nosotros que es adicta, pues
nuestro entorno es un reflejo de nuestro interior y lo que nos pasa y como nos
pasa es también un vivo espejo de lo que son nuestros valores y códigos de
ética que emergen desde lo íntimo y se expresa en lo cotidiano.
En otras
palabras, uno tiene los amigos que reflejan lo que uno está viviendo.
Ejemplo,
si yo estoy trabajando mi mentira, y me confronto, hago mi búsqueda de mi
verdad y la acepto, inmediatamente puedo expresar y confrontar a mi amigo
mentiroso y proponerle que se relacione conmigo desde la verdad; pero si yo
elijo seguir mintiéndome, condenaré a mi amigo a que ocupe ese lugar siempre
conmigo.
Nosotros tratamos a los amigos como nos
tratamos a nosotros mismos.
Mientras yo no ponga límites a mi abusador
interior, no podré expresar ese límite a mi amigo abusivo; mientras yo no deje
de manipular, no podré parar en seco al amigo que me envuelve con su
manipulación.
Mientras no confronte cada una de mis máscaras y cada una de las
voces de mi ego, no podré más que someterme a la dinámica reflejo de amigos,
que me recuerdan mi carencia y no mi ser.
Cada uno de mis amigos buenos o malos
son una oportunidad para confrontar, para dejar de ser confluente, para
exigirme y también para ayudarle a él a desarrollar valores que nos permitan
alcanzar una ética de la amistad gracias a la cual crezcamos los dos, en vez de
seguir huyendo.
Según el filósofo Elredo, una amistad
auténtica debe tener estas notas: dilectio, affectio, securitas e iucunditas.
Lo explica así: “Hay cuatro elementos que me parecen especialmente propios de
la amistad: la dilección, el afecto, la confianza y la elegancia. La dilección
se expresa con los favores dictados por la benevolencia; el afecto, con aquel
deleite que nace en lo más íntimo de nosotros mismos; la confianza, con la
manifestación, sin temor ni sospecha, de todos los secretos y pensamientos; la
elegancia, con la compartición delicada y amable de todos los acontecimientos
de la vida –los dichosos y los tristes–, de todos nuestros propósitos –los
nocivos y los útiles–, y de todo el que podemos enseñar o aprender”.
Amigos tóxicos
En su libro Todas esas amistades
peligrosas, el psicólogo Francisco Gavilán hace un inventario de los tipos de
amigos que pueden traer consigo relaciones poco productivas.
Afirma que “los
celos mueven a las amistades peligrosas” y ha desarrollado una clasificación de
amigos tóxicos, reuniendo a ocho tipos de amistades que pueden perjudicarte.
El ocupadísimo: padece la hiperactividad
profesional. Nunca tiene tiempo para verte o escucharte, porque todo es más
importante que tú. No responde a las llamadas ni a los correos electrónicos,
salvo raras veces.
El chismoso: no sabe guardar un secreto y
le falta tiempo para divulgarlo. Pone excusas del tipo “no pensé que María no
lo sabía”.
El informal: casi nunca cumple ningún
acuerdo, llega tarde, se despista de las citas y los compromisos adquiridos.
El intrigante: te transmite muchos juicios
negativos sobre ti de forma sutil, diciendo que lo ha escuchado decir a otros.
Y lo hace “porque soy tu amigo”. Quiere preocuparte y ganar todo el control
sobre ti.
El complicador: pone objeciones a todo lo
que propones, interfiriendo gravemente el curso de tu vida normal. Cada
situación la analiza desde todos los ángulos posibles hasta extremos
enfermizos.
El sanguijuela: su característica
principal es que siente un exagerado sentimiento de sobreprotección hacia ti
para tenerte en exclusiva como amigo. Se enfada si haces planes sin contar con
él.
El competidor: rivaliza contigo en todo.
No se alegra de tus éxitos, sino que los menosprecia. Tiene unos celos
desmedidos hacia ti.
El consejero: emite juicios sobre
cualquier circunstancia que atañe a tu vida sin que tú se lo pidas. Si lo
rechazas suele decirte frases tipo “lo digo por tu bien”. Sus consejos son
críticas enmascaradas.